lunes, 10 de febrero de 2014

ZUGARRAMURDI pueblo de brujas







Brujas de Zugarramurdi
es el nombre con el que se conoce el caso más famoso de la historia de la brujería vasca y posiblemente de la brujería en España. El foco de brujería se encontró en la localidad del Pirineo navarro de Zugarramurdi y el proceso fue llevado por el tribunal de la Inquisición española de Logroño. En el auto de fe celebrado en esa ciudad los días 7 y 8 de noviembre de 1610 dieciocho personas fueron reconciliadas porque confesaron sus culpas y apelaron a la misericordia del tribunal, pero las seis que se resistieron fueron quemadas vivas y cinco en efigie porque ya habían muerto.

Antecendente: la caza de brujas en el país de Labort (1609)
La persecución de las brujas del Labort (Lapurdi, en euskera; Labourd, en francés), en el país vasco francés, fue obra del juez del parlement de Burdeos Pierre de Lancre, comisionado por el rey Enrique IV de Francia en respuesta a la petición hecha por los señores D'Amou y D'Uturbie para que acabara con la "plaga" de brujos y de brujas que según ellos asolaba el país. Conocemos la actuación de De Lancre gracias a dos libros que publicó después y que tuvieron un enorme éxito: Tableau de l'inconstance des mauvais anges et demons (1612) y L'incrédulité et mescréance du sortilege plainement convaincue (1622).

 La llegada de Lancre y de sus subalternos al Labourd provocó el pánico y muchas familias se dirigieron a Navarra agolpándose en la frontera. En sus dos libros Lancre cuenta lo que creyó averiguar: que se celebraban cualquier día de la semana e incluso de día juntas de brujos y brujas, a las que llaman lane de Aquelarre, en las que se adoraba al macho cabrío, aunque el demonio podía adoptar otras formas –en el Tableau aparecía una lámina de un aquelarre que causó un gran impacto, y que fue arrancada de muchos ejemplares del libro-; que los desastres que acaecían en Labourd, como las grandes tormentas que provocaban naufragios, eran obra de las brujas; que los brujos y brujas usaban ungüentos para poder acudir volando al aquelarre, transformarse en bestias o producir otros prodigios y efectos maléficos; que se celebraban misas negras en las que se consagran hostias negras y cultos satánicos.

copiados de los cristianos y a veces oficiados por sacerdotes sacrílegos (lo que provocó que Lancre ordenara la detención y tortura de varios clérigos de la zona, sin más prueba que los testimonios de ciertos "testigos", como el de un sacerdote muy anciano y trastornado que confesó que había dado culto al diablo, y que sería ajusticiado por ello "para servir de ejemplo" –algunos de los sacerdotes encarcelados lograron escapar antes de ser ejecutados-). Lo que creyó averiguar De Lancre lo obtuvo de declaraciones de niños, de viejos y de adultos sometidos a tortura. Además tuvo que valerse de traductores pues no comprendía el euskera, y como ha señalado Caro Baroja, "a veces transcribe mal los nombres" y de algunas palabras en vasco "parece no haber entendido el significado en una declaración amplia".

Así es como De Lancre llegó a la conclusión de que en Labourd había más de tres mil personas que llevaban la marca de la brujería. Pierre de Lancre mandó quemar a 80 supuestas brujas y el pánico se trasladó a los valles del norte de Navarra. Precisamente el núcleo fundamental del nuevo brote de brujería se situó en la zona colindante con el país de Labourd, en el noroeste de Navarra, más concretamente en Zugarramurdi

La delación A principios del siglo XVII
Zugarramurdi era una pequeña aldea de la montaña navarra colindante con el país de Labourd en el país vasco francés. Tenía unos doscientos habitantes dedicados a la agricultura y a la ganadería. Su parroquia dependía del monasterio premonstratense de Urdax en el que vivían entre frailes y criados unas cien personas. A finales de 1608 volvió a Zugarramurdi para trabajar de criada una mujer de veinte años que había emigrado hacía cuatro con sus padres a una localidad costera del Labourd. Allí oyó historias de brujas y se hizo una de ellas durante dieciocho meses.

En Zugarramurdi empezó a contar sus experiencias y en una ocasión dijo que había visto en uno de los aquelarres a María de Jureteguía, vecina del pueblo. Cuando ésta se enteró de lo que se decía de ella afirmó "con grandes voces y enojo" "que no era bruja y que era gran maldad y... falso testimonio que le levantaba la francesa". Sin embargo, la delatora consiguió convencer a la gente de que era cierto lo que afirmaba y hasta el marido y la familia de la presunta bruja le creyeron, lo que hizo que María de Jureteguía se derrumbara y confesara ser bruja desde niña y que su tía María Chipía de Barrenechea era quien le había enseñado. Después, sintiéndose perseguida por las brujas que querían que volviera a los aquelarres, dio más nombres de brujos y de brujas y sus casas fueron allanadas en busca de sapos, compañeros y protectores de las brujas. Finalmente todos ellos, siete mujeres y tres hombres, acabaron haciendo una confesión pública en la iglesia parroquial. Sin embargo, tras arrepentirse los vecinos los perdonaron.

Lo que estaba pasando en Zugarramurdi llegó a oídos del tribunal de la Inquisición de Logroño, que era el que tenía la jurisdicción sobre Navarra, que envió en los primeros días de enero de 1609 a un comisario de la Inquisición para que informara. El 12 de enero llegó a Logroño el escrito del comisario y los dos inquisidores del tribunal, que creían en la realidad de la brujería, ordenaron la detención de cuatro de las brujas que habían confesado. Fueron encarceladas en la prisión secreta de la Inquisición de Logroño y contando con un intérprete las sometieron a un duro interrogatorio hasta que las cuatro confesaron que eran brujas.

El 13 de febrero enviaron una carta al Consejo de la Suprema Inquisición en Madrid en la que relataban a su manera lo que había averiguado, además de pedir instrucciones sobre la forma en que debían proceder en adelante. La contestación llegó el 11 de marzo y en ella la Suprema, siguiendo la política de rigor a la hora de determinar la veracidad de los fenómenos de brujería que había aplicado hasta entonces, ordenó a los inquisidores que se cercioraran de que lo decían las brujas era verdad, para lo que les enviaron un minucioso y detallado cuestionario de catorce preguntas. Pero la creencia de los dos inquisidores en la realidad de los hechos que les habían contado era tan grande que no hicieron caso a la información que les había dado el carcelero inquisitorial que había oído a las cuatro mujeres decir que se habían declarado brujas, aunque no lo eran, porque creían que así podrían salir antes de la prisión y volver a sus casas.

 El 9 de febrero de 1609, cuatro días antes de que los inquisidores enviaran la carta a la Suprema, se presentaron ante el tribunal de Logroño varios vecinos de Zugarramurdi que habían llegado hasta allí acompañados de un guía para exponer ante el tribunal lo que realmente había sucedido. Como ha señalado Carmelo Lisón, "el grupito debió causar sensación en Logroño; llegaban unos montañeses con raro atuendo, hablando una lengua ininteligible, cansados y maltrechos y para mayor extrañeza ¡llamaban a las puertas de la temida Inquisición!".

El grupo estaba compuesto por Graciana de Yriart [más conocida como Graciana de Barrenechea, esposa de Miguel de Goyburn] y de sus dos hijas [Estevania de Yriart y María de Yriart]. Cuando se presentaron ante el tribunal afirmaron que acudían a pedir justicia porque no eran brujos y si lo habían confesado al vicario de Zugarramurdi "era porque los apretaron y amenazaron mucho si no los dezian". El problema fue que el guía que los había acompañado a Logroño testificó que eran brujos y la Inquisición decidió encarcelarlos.

El proceso inquisitorial
Los dos inquisidores no hicieron caso de las instrucciones recibidas de la Suprema y pensaron que la proclamación de inocencia de los acusados era un truco de sus parientes o del demonio que quería librarles del castigo. Tras cinco meses de hábiles y reiterados interrogatorios fueron consiguiendo que los encausados confesaran, por lo que desde la perspectiva de los crédulos inquisidores habían vencido al diablo que los tenía aterrorizadas para que no hablaran. Los autoinculpados también delataron a otros brujos y brujas que quedaban en las montañas y proporcionaron listas de niños y de niñas de menos de catorce años que participaban en los aquelarres.

Con la información obtenida uno de los inquisidores partió en agosto de 1609 al norte de Navarra y desde allí fue enviando a Logroño a los supuestos cómplices de los brujos y las brujas. El inquisidor, cuyo nombre era Juan Valle Alvarado, según Caro Baroja, "pasó varios meses en Zugarramurdi y recogió muchas denuncias, según las cuales quedaban inculpadas hasta cerca de trescientas personas por delitos de Brujería, dejando aparte los niños. De estas personas fueron presas y llevadas a Logroño hasta cuarenta de las que parecieron más culpables". Valle se había dirigido en primer lugar al monasterio de Urdax donde fue recibido con toda solemnidad por el abad, quien le confirmó que la zona estaba infestada de brujas y que la gente solía gritar ¡sorgiñak, sorgiñak! para protegerse de ellas.

Desde allí visitó las localidades navarras de Vera de Bidasoa y Lesaca —donde contó con la entusiasta colaboración de los párrocos locales que encerraron a mujeres y a niños hasta que confesaran y delataran a las brujas, y después el de Vera puso a los niños bajo su protección para "los librar de los grandes daños... que las brujas los hazen llevándolos al aquelarre"— y las guipuzcoanas de Tolosa y San Sebastián. Ahora bien, por esas mismas fechas visitó la zona el obispo de Pamplona, alarmado sobre lo que se contaba que sucedía en esa parte de su diócesis, y llegó a la conclusión contraria a la del inquisidor de Logroño: que allí nunca habido secta de brujas hasta que llegaron las noticias de Francia, y que muchos vecinos cruzaban la frontera para presencias la quema de brujas en el Labourd, donde oían las acusaciones y aprendían lo que se decía de ellas y de los aquelarres.

Los detalles del proceso inquisitorial son conocidos gracias a que poco después de que se celebrara el auto de fe que le puso fin Juan Mongastón publicó una relación del proceso en Logroño, que fue reeditada varias veces. Una de ellas data de 1811 y fue acompañada de unas notas críticas, calificadas en su tiempo de irreverentes, del escritor ilustrado Leandro Fernández de Moratín.En la relación de Mongastón el "prado del Cabrón" (o aquelarre en euskera) donde supuestamente se reunían los brujos de Zugarramurdi se situaba, según Caro Baroja, "al lado de una cueva o túnel subterráneo de grandes proporciones, verdadera catedral para un culto satánico o pagano simplemente, que está cruzado por el río o arroyo del Infierno, Infernukoerreka, y que tiene una parte donde es tradición que solía estar el trono del Diablo".

Según se cuenta en la relación aparecía allí el Demonio, "sentado en una silla, que unas vezes parece de oro y otras de madera negra, con gran trono, magestad y gravedad… y con un rostro muy triste, feo y ayrado"

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